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MIRELA-IOANA DORCESCU, GUILLERMO EDUARDO PILÍA. LA POESÍA DEL RIESGO Y DEL TRIUNFO

MIRELA-IOANA DORCESCU

GUILLERMO EDUARDO PILÍA. LA POESÍA DEL RIESGO Y DEL TRIUNFO

En el volumen de poemas publicado recientemente (2023), en versión bilingüe, en la Editorial Eurostampa de Timișoara, bajo el título Como hierba en la sombra/ Ca iarba la umbră, aparecen las firmas de tres formidables poetas del Espacio Románico actual, cada vez más extenso, más denso y más difícil de definir: el autor del libro, el ilustre poeta y catedrático Guillermo Eduardo Pilía, es argentino, el traductor, Eugen Dorcescu, poeta rumano, y el escritor y catedrático español Jaime Siles autor del prólogo. Para ofrecer a los lectores rumanos una imagen más clara y expresiva de la relación entre lo que sucede, significativamente, en la „arena”, en una „arena de poesía”, y en la vida, se estableció ad-hoc esta notable solidaridad entre verdaderos conocedores. Entre los profesionales de la gran literatura, a partir del legado de las „antorchas latinas”, a las que se refería un pariente de la talla del noble poeta rumano Al. Philippide. Más allá de la reverencia por la cultura clásica, reúnen a quienes contribuyeron al mensaje unitario de este libro la hombría y el coraje para entrar en la „arena”, la oportunidad de ganar en una lucha por la verdad, el misterio y la esperanza – situada en el nivel más alto que puede alcanzar el ser humano, el de la poesía altamente espiritual, con vectores metafísicos. Porque, independientemente del tipo de discurso – metadiscurso crítico, en el caso del prefacio, discurso poético primario – creación real, respectivamente discurso poético secundario, de transposición, traducción, en rumano, lo más fielmente posible, del discurso primario del castellano, los tres poetas comunican perfectamente sobre la esencia del poema. Según la visión de Guillermo Eduardo Pilía, esta esencia es como una acción vital, de gran riesgo, como un camino inusual, muy peligroso, sobre una cuerda situada a gran altura, sin ninguna red de seguridad debajo. Las posibilidades de éxito son infinitamente menores que las de fracaso. No muchos poetas emprenden tal intento. En esa asunción del riesgo radica la fascinación de la poesía de Guillermo Eduardo Pilía, que Jaime Siles y Eugen Dorcescu descubren en admirable compañía.
En la primavera de 2023, Guillermo Eduardo Pilía seleccionó 30 poemas para su audiencia en Rumania y se los encargó, para su traducción, a Eugen Dorcescu. Son poemas autónomos, tan distintos que sólo se comunican entre sí a través de sus intersticios, confluyendo en una construcción poética gracias al mencionado núcleo semántico: el atrevido recorrido del poeta por un universo infinito, sin ninguna garantía de seguridad del próximo paso. Juntos componen un universo de lo desconocido, de los milagros y de lo revelado. La revelación más devastadora y decisiva es la presencia de Dios en el universo referencial:

„¿Te he visto alguna vez? Fue en Granada, por mayo,
y yo había descendido del Sacromonte
hasta el mirador de San Nicolás.
En medio de las sombras la Alhambra flotaba
como un enorme buque iluminado,
airosa y altanera. Sobre el techo
de una casa baja dos jóvenes gitanos
charlaban bebiendo sus cervezas, de espaldas
a esa nave de roca. Y parecía
que el tiempo no contaba para ellos,
ni el mundo y su belleza. Entonces Te sentí:
en la calma del Albaicín a medianoche,
en mi deseo de quedarme allí por siempre,
en los muchachos y su hermosa indiferencia”. (Fue en Granada, por mayo)

Bajo la apariencia de una contemplación serena del ambiente y/o de la historia, en momentos de aparente distensión, el discurso lírico pilían se entrelaza a veces con la descripción, a veces con la narración. El poeta dice lo que observa o lo que sabe. Su respiración, su voz, su tono son imperturbables, todo parece claro, en consonancia con su propia quietud. Y, de repente, interviene algo especial: una revelación, como en el poema anterior, una ascensión; o, por el contrario, un derrumbe en las sombras. Algo que produce un giro repentino. Un cambio de ritmo, de tema. Y entonces el poema se llena de escalofríos. Entonces, tienta lo sublime. Desde una perspectiva metafísica. O desde los rincones más íntimos del yo.
Al leer, esta sorpresa te obliga a detenerte, a tomar un respiro, a tomar nota de las transformaciones esenciales: un pensamiento, un sentimiento, la realización de un milagro, etc. – todo sorprendentemente original. Vuelves a la aseveración contradictoria, cuasi-ajena en la lógica discursiva, llegada desde la infinita oscuridad del mundo, convencida de que ahí está la poesía de la poesía. Es como una puerta abierta con ruido a la sensibilidad y pericia del receptor. No hay manera de escapar de ello. (Ver también: „Tengo esta voz menor/ que apenas crece un palmo,/como hierba en la sombra” – Poema 24; „Quizá lo que he sentido en los instantes/ más puros y entrañables de mi vida/ se quede fatalmente sin registro” – Sin registro; „y una flor que lenta morirá – como imagen/ en espejo – o tu rostro, Dios mio” – Una flor que lenta morirá; „hay ocasiones en que es necesario/ bailar sobre la cuerda y sin la red” – Sobre la cuerda y sin la red, etc.)
Emblemática del estilo pilían, esta maniobra tiene un alcance pragmático en el poema Día de piedra blanca, cuyo tono confesional se refleja en el lema: „Día hecho para mí” (Rodolfo Alonso):

„Día mayor, día
hecho para mí, para nosotros,
alto en el gozo, redondo
con la noche que lo cierra
como en aquellas vísperas
de fiestas de la infancia.

Día de navegación, de luz,
de sábanas y peces,
de pájaros y hojas en deriva
hacia las islas, a atolones
en que es dulce perder
la patria y los recuerdos.

Alguien marcará para mí, para nosotros,
con piedra blanca tu paso
efímero, la grieta
en la procesión de los años:
alto en el gozo, en la luz
y en los recuerdos en deriva”.

El fragmento destacado por nosotros, en medio del poema, representa la jugada maestra de Guillermo Eduardo Pilía. Tras una enumeración aparentemente sencilla de elementos paisajísticos próximos, el recuerdo de „aquellas vísperas de fiestas de la infancia” vuelve ambigua la referencia al „día mayor”. Sin embargo, el discurso poético se convertiría en un pastel, si no interviniera el yo lírico, contradiciendo, con una confesión totalmente inesperada, divagante, o por lo menos desconcertante: „es dulce perder/ la patria y los recuerdos”. Aquí es donde te impide leer. Te desafía. „¿Que así sea? Esta afirmación, de absoluta sinceridad, porque Guillermo Eduardo Pilía es un hombre de honor, no un malabarista de palabras, no es demasiado íntima, ¿debe hacerse pública o no? Etc.” El enunciado está precedido por un modalizador axiológico, que da fe de una apreciación modal positiva de la pérdida feliz de „la patria y los recuerdos”. Este modal, „dulce”, es desconcertante. Y las preguntas continúan: „¿Te vendría bien a ti también? ¿Disfrutarías de tal «deriva», de tal olvido?” Y así es como el poeta te involucra en la existencia del texto, como llegas a participar de la polisemia del mensaje, poniéndote en su situación. Arrancado del condicionamiento físico y mental. Sin conveniencias. Libre. Aquí radica, quizás, uno de los puntos más profundos de universalidad existencial en la poesía del volumen.
„Es dulce perder/ la patria y los recuerdos” es la interpretación de una experiencia equivalente, pero no idéntica (quizás diría Eugen Dorcescu) a la expresada por el gran poeta rumano George Bacovia, hace un siglo, en un registro lúgubre: „Qué extraño pertenezco a mi patria/ Y ya no me queda añoranza”. Es interesante que el poeta rumano vincule también este sentimiento de anulación de todos los lazos (pre)destinados al hombre a „un día significativo”: Dies irae.
La confrontación entre recordar y olvidar es un tema filosófico prolífico. Por lo tanto, el poema toma un giro filosófico hacia el final. La última secuencia es una pregunta retórica. Se sale del ambiente por caminos familiares, tal como se ingresó. Pero la secuencia de problematización, la explosión de significado en su centro, rompe con cualquier modelo. Queda en la memoria.
En la mayoría de los poemas de Guillermo Eduardo Pilía, la memoria es fuente de un fluir lírico sostenido por una trama narrativa. La noción de memoria se matiza y fortalece, de un poema a otro, sobre una base semántica debido a la determinación y capacidad del yo lírico para no olvidar. Los efectos líricos del olvido se ven realzados por el asombro. ¡Cuánta emoción en la imagen del hijo que contempla la luna con los „ojos asombrados” del poeta („… de aquellas/ maderas inmortales brotaba a veces esta luna/ que mi hijo contempla con mis ojos de asombro” – Luna de Alexis)!
El recuerdo, el asombro y la visión borrosa se funden en una dramática historia familiar, centrada en el ojo-símbolo del abuelo, con múltiples valencias: signo de violencia, singularidad, dignidad, continuidad, etc. Al mismo tiempo, el ojo del abuelo -siempre llorando, seis décadas y más – parece motivar, por momentos, el desenfoque (ver la frecuencia del lexema „niebla”, que también se convirtió en el título de un poema), la perturbación de la visión artística:

„Es este humo de Dios como una llaga
que se percibe apenas con dolor: la pupila turbia
del milagro evangélico, quizás
un ojo lisiado de la mañana y de la vida”. (Niebla)

Desde la posición descendente (o ascendente) que le confiere el grado de parentesco natural, el poeta aborda el tema del milagro en su propia familia, entrelazando el poema con la historia:

„Contaba mi padre que mi abuelo tenía
un ojo que siempre le lloraba, producto
de un golpe que le dio —brutal— mi bisabuelo.
Tendría entre ocho y diez años entonces
y con esa marca vivió hasta los setenta.
Nunca supe qué falta nimia le acarreó
un castigo tan dilatado en la distancia
y el recuerdo: ese ojo lisiado que no obstante
no logró hacerlo cruel ni resentido.
Cuando hoy mi vista llora de cansancio
—como esta mañana que tanto se parece
a aquellas en que escuchaba de niño
la historia de mi abuelo— pienso en el milagro
de mi padre que no sufrió la misma suerte,
de mis ojos sanos y de los ojos
más sanos aún de mi hijo; en el milagro
de que esa infancia dolorosa de mi abuelo
se haya quedado allá en su isla, y solamente
trajera aquí sin odio un ojo humedecido
que hoy bien podría estar llorando por piedad”. (El milagro)

La marca distintiva en la familia se refleja en la especificidad artística. La experiencia empírica se estetiza. El amor STORGHE es el recurso esencial, el que moviliza y asiste al Poeta-equilibrador a alturas vertiginosas. Se da cuenta de que es parte de una historia que debe llevar adelante.
Reflejando un poco a STORGHE, PHILIA se circunscribe a una familia profesional, de la cual son evocados y elogiados, en Los maestros, los profesores de latín y griego del Poeta, quien llegó a ser él mismo un eminente profesor universitario de lenguas clásicas. Las generaciones ascendentes de ambas familias del autor constituyen una respetable base genética en la que confluyen virilidad, dignidad y elevación espiritual. Todo con un efecto movilizador, bajo el imperativo de la continuidad. Guillermo Eduardo Pilía no duda en declarar líricamente su consanguinidad con sus antecesores („Yo soy el hijo”), en un homenaje sin igual:

„—Si hoy ya no existe el profesor de griego
al que tanto quería, el de latín
que me aterrorizaba, si ambos son
hierba y sonido, igual que lenguas muertas…
Yo soy también vosotros, maestros: soy el hijo
que aprendió a vuestro lado la nostalgia
de la luz antigua, pero no a morir; el hijo
que hoy en Píndaro y Virgilio os recuerda”. (Los maestros)

Si STORGHE y PHILIA se proclaman a plena luz, EROS y AGAPE se sugieren en la oscuridad. El „mal de amor” se agudiza en la noche, se comparte con el melancólico fadista, con todo un mundo que se levanta en la memoria, „en la penumbra de las velas”, donde la tierna voz de una mujer toca („acaso nunca más”) el alma herida por „amor de miel, amor de hiel”… También, una noche, en Granada, en mayo, el yo lírico siente a Dios (v. supra). La discreción sobre los amores turbulentos en el abismo del ser llega hasta el silencio. Pero todas las letras de Guillermo Eduardo Piliá avanzan bajo el signo de AGAPE. Están al borde del sacrificio, tienen la altura simbólica que les da el arte poético „Sobre la cuerda y sin la red”, al que nos vemos obligados a volver una y otra vez.
Eugen Dorcescu empatiza con Guillermo Eduardo Pilía, en la inmensidad de los horizontes abiertos de la poesía. La traducción al rumano no sólo pretende una equivalencia estructural, léxica, prosódica y estilística de los textos escritos en castellano, sino traer al Poeta argentino, en la expresión más elocuente, a la atención, al conocimiento del lector rumano. Es una traducción artística, fiel, en la que se resuelven todas las sutilezas de la transposición de una lengua romance situada en el extremo occidental del Espacio Románico a una lengua romance oriental, con la misma estructura gramatical, pero con sonoridades diferentes. Especialmente en cuanto al sonido, surgen serias dificultades para encontrar aquellos lexemas y frases que aseguren el ritmo y las asonancias de un poema musical. Eugen Dorcescu tiene la inspiración y el conocimiento de la poesía necesarios para regalarnos, en rumano, una poesía hispánica moderna, erudita, custodiada por los monstruos sagrados de la literatura universal: Píndaro, Virgilio, Keats, Rimbaud…

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